Ganaba el tren bravamente el altísimo puerto, cuando una banderita roja le detuvo en la boca del túnel número 80. A lo largo del convoy, curvado y jadeante, cundió la alarma; flotaron en las ventanillas unos velos multicolores y los estribos se poblaron de viajeros recelosos.
Mirando al cielo, mirando a las cumbres altaneras hendidas de torrentes, no había que preguntar por qué se detenía el tren: lo que fue en la llanura castellana débil nublado se convertía sobre el puerto salvaje en loca tempestad.
Rojas y turbias, las aguas se despeñaban con inaudito furor, buscando cauces en donde amansar la garla estrepitosa: a su paso se enrojecían los riscos con un color de arcilla fuerte y rabioso; el celaje, cárdeno y amenazador, pesaba con torvo ceño sobre la cordillera, y el tronido ronco de las nubes bajaba hasta la vía en tableteo formidable.
Un alud ocre y guijarreño se había precipitado sobre los carriles delante de nosotros, y la banderita encamada, temblando de emoción en la ruda mano de una pobre mujer, nos gritaba previsora que detuviésemos la carrera altiva y resonante, porque estaba allí la muerte, apostada en el camino, en un recodo obscuro, en la boca del túnel número 80.
Era la abanderada una moza rubia y triste, vestida de rojo como el señuelo desplegado; tenía en la hondura de las pupilas una llama gris y en los labios descoloridos un gesto de esquivez. Puso en el fondo de los coches su mirada larga y quieta, misteriosa y ardiente, en tanto que los pasajeros la contemplaban con cierta hostilidad, como si la muchacha fuese una misma cosa con el paisaje bravío, coloreado de arcilla.
De la próxima estación de Pajares llegó al trote una cuadrilla de jornaleros, que a toda prisa se afanó bajo el azote de la lluvia, entre lampos de trágica luz, para dejarnos el camino libre.
Al cabo de una espera enojosa perdió el tren la violenta curva en que se había detenido y penetró lentamente por la negra boca del túnel. Así fue taladrando el monte con la audaz puñalada del hierro, mientras a los lados de la vía los obreros de Pajares, replegados contra la pared, calados de agua, rendidos y aspados, nos miraban ir con una indiferencia tal vez doliente, acaso rencorosa.
Y saliendo apenas de aquel agujero de luto y de penumbra llegamos a la estación, colgada en la roca viva, intrépida y vigilante en la infinita desolación del puerto colosal.
Sobre las míseras casucas, alejadas con valentía en los penedos y en los tolmos, blanquea el granizo de la borrasca, y una guardesa, vestida también de colorado, rubia, descalza y triste lo mismo que la otra, nos dice aún con la segunda banderita encarnada: «Hay peligro»...
Tienen estas dos mozas, que deben ser hermanas, una singular expresión de melancolía y altivez; sus manos casi infantiles, ya endurecidas por el trabajo, levantan con serena majestad el aviso previsor al paso de cada tren.
Más que guardesas humildes nos parecen hoy estas niñas, rojas y extáticas, dos valkyrias señalando a los viajeros el camino donde pueden morir, como las divinidades nórdicas hacían con sus héroes en los combates legendarios.
Y aquí se quedan, solas otra vez, estas mujeres silenciosas y hurañas, providenciales en los linderos donde la vida rueda magnífica y sonora, dibujando en la bárbara ruta su atrevido perfil.. Quizá nunca las volvamos a ver; pero su imagen, encendida por el color rodeno de la tierra, quedará en nuestra memoria, junta con la sangrienta visión que ofrece el puerto bajo nubes de almagre entre argayos temibles y ramblizos hirvientes como lavas...
Avanzamos con precauciones por el duro vientre de las cimas; cada chinarro, cada declive gotea una cálida lluvia de tempestad; aguas rojas y palpitantes, lo mismo que si al cielo se le hubiera roto el corazón.
Silba el tren, impaciente por los avisos y las tardanzas, preso en el alto verla donde todo el paisaje tiene un fiero rugido de volcán; piedras y arroyos, abismos y celajes lucen el color dramático de los banderines que nos dijeron: «Hay peligro».
Y al fin nos perdemos, codiciosos, en la sombra de los túneles, como en los valles de la vida, con las ansias del riesgo, desafiando a la muerte, empujados siempre a las medrosas aventuras por el tinte rojal de cada turbión.
CONCHA ESPINA
Publicado en "La Libertal". 27 de enero de 1934.
domingo, 10 de noviembre de 2013
domingo, 3 de noviembre de 2013
Los trenes de la Rampa (III): los butaneros
El día de 1 de noviembre de 2013 Repsol ha clausurado su apartadero en el
valle de Aboño, desde el cual, en los últimos años, se expedía semanalmente
uno de los trenes más llamativos de cuantos circulan por la Rampa de Pajares
regularmente, el famoso «butanero», con destino a Castilla.
Tren Aboño-Venta de Baños 83210 entre Malvedo y Linares. Fotografía: José Luis Fernández |
A finales de 1965 comenzaron las gestiones de Butano S.A. para establecer en
Gijón una planta de recepción, almacenamiento y distribución de GLP en las
inmediaciones del puerto de El Musel. Las instalaciones se construyeron en una
zona alejada de la población y de las zonas de mayor actividad del puerto
gijonés, en la zona de la Campa Torres; los gases GLP (butano y propano)
llegaban en barco de las refinerías y eran descargados en fase líquida en un
brazo de situado en el dique norte. Desde este punto hasta las instalaciones
de almacenamiento de la Campa Torres se instaló un gasoducto de 2750 metros.
Por barco llegaba el GLP desde las refinerías, pero también se volvía a enviar
a otras factorías menores en las proximidades, como Bilbao o La Coruña con
barcos más pequeños. Desde entonces, y con sucesivas ampliaciones, los
depósitos esféricos de Butano forman parte del horizonte gijonés.
El 10 de febrero de 1970 la Dirección General de Puertos autorizó a Butano S.A. mediante una concesión por treinta años a establecer en terrenos de la Junta de Obras del Puerto de Gijón un apartadero particular en el Ferrocarril Aboño-El Musel, así como las instalaciones de carga en el Valle de Aboño y el gasoducto desde la planta de la Campa Torres. Por ferrocarril se abastecería el mercado de las provincias de Castilla la Vieja (plantas de Soto de Cerrato, Pinto y Getafe) y de León (Valdunciel, en Salamanca).
La inauguración oficial de la planta se produjo el 3 de diciembre de 1970 al recibirse 777 toneladas de producto llegadas en el barco butanero « Isla de Marnay». Entre 1969 y 1971 se realizaron todas las instalaciones, entrando en pleno funcionamiento en abril de 1971. En marzo de 1983 se autorizó la modernización y ampliación del apartadero.
Las maniobras de entrada y retirada de los vagones en el apartadero siempre fueron realizadas con las locomotoras de la JOP de Gijón, y desde la concesión del servicio ferroviario a la UTE formada por Renfe y Continental Rail, actualmente Logirail. Para entrar en el apartadero las locomotoras diesel debían colocar el apagachispas en la chimenea del escape.
Durante los años de circulación del butanero han sido varios los sustos que ha dado, en especial cuando aún circulaban sus cisternas PR de ejes, ya que en vacío tenían un comportamiento bastante deficiente, si la vía o los aparatos de vía estaba mal mantenidos; las estaciones asturianas con agujas situadas en curvas eran puntos donde han descarrilado estos vagones. En junio 1979 descarriló una cisterna de un tren de butano en uno de los túneles entre Malvedo y Linares. En los últimos años varios fueron los descarrilamientos del tren de GLP en las proximidades de la Rampa de Pajares, como los producidos en Mieres (1995), Ablaña (noviembre 1997), y el último de ellos en la estación de Pola de Lena (diciembre 2004). En todos los casos se trataba del tren vacío, que resulta igual de peligroso al llevar siempre una pequeña cantidad de producto, por lo que en las tareas de recuperación movilizaron fuertes operativos de seguridad con corte del tráfico ferroviario en todos los casos.
En los últimos tiempos la circulación del tráfico de GLP por la Rampa de Pajares era semanal en periodo de campaña, de octubre a mayo dependiendo de la climatología, con un tren de ida y vuelta en el mismo día, los martes, hasta Venta de Baños. La misma locomotora que sacaba el tren de Aboño regresaba con el vacío. Durante algunas semanas circulaba un segundo tren los jueves e incluso algunos viernes circulaba un tren de Aboño hasta Vicálvaro, destinado a las plantas de Getafe y Torrejón de Ardoz (últimamente ya solo a la segunda). El tren Aboño-Venta de Baños 83210/1 tenía 900 toneladas asignadas y el vacío Venta de Baños-Aboño 83623/2 680 toneladas. El recorrido era de 304 kilómetros, para el que empleaba 5 horas y 49 minutos.
Durante los últimos años el número de trenes de GLP expedidos desde Aboño ha ido en descenso: 2007 (32.155 toneladas y 62 trenes) 2008 (30.000 toneladas y 63 trenes), 2009 (18.771 toneladas y 40 trenes), 2010 (21.943 toneladas y 43 trenes) y 2011 (14.438 toneladas y 29 trenes).
En la tracción habitual del butanero fueron las 7700 debido a que los vagones de Repsol solamente tenían freno de vacío, por lo que preferentemente eran las inglesas que en su mayoría tampoco eran duales; con su retirada se ocuparon del tren las 251 allá por 1993 y posteriormente el material de Repsol recibió el freno de aire comprimido, trabajos realizado por talleres Alegría. Curiosamente en una ocasión una flamante 252 se ocupó de traccionar el butanero. Hasta 1994 los trenes de butano llevaban los vagones aislantes intercalados entre la locomotora y la composición, vagones J de ejes normalmente. A principios de la década pasada desaparecieron los vagones PR de ejes y más recientemente el parque de material remolcado de Repsol pasó a ser gestionado por la empresa Ermewa, motivo por el cual los vagones PRR perdieron los bonitos logos de Repsol Butano. Fue entonces cuando además de los PPR originales de Butano se empezaron a utilizar vagones de origen francés.
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